Estuvimos aquí
En la primera de tres partes, un ensayo fotográfico explora cómo las comunidades del West Side de Chicago insisten en la presencia y la dignidad frente al desplazamiento, revelando la persistencia de la vida donde otros sólo ven ausencia.
"Puertas cerrándose".
Ese sonido aún resuena en mis oídos.
Para la mayoría, no es más que un anuncio de tránsito, un detalle de fondo en el ritmo diario de Chicago. Pero para mí se convirtió en un recuerdo, noches en las que no tenía dónde quedarme y viajaba en tren para calentarme, moviéndome en círculos mientras la ciudad dormía. En esos trenes aprendí lo que significa ser desplazado: llevar todo lo que tienes en una bolsa, moverte constantemente y seguir sintiendo que no perteneces a ningún sitio.
Esta obra comienza con ese recuerdo, pero se extiende mucho más allá de mí. Pertenece a la gente y a los lugares del West Side de Chicago, North Lawndale, Austin y más allá. Aquí, el abandono sistémico está inscrito en el paisaje mismo. Los solares vacíos se extienden a lo largo de varias manzanas. Las casas abandonadas permanecen en silencio. Las escuelas cierran y las licorerías se multiplican. Y dentro de este entorno, el desplazamiento adopta muchas formas: un aviso de desahucio deslizado bajo una puerta, una familia hacinada en un apartamento, una tienda de campaña instalada bajo un viaducto.
Sin embargo, en lo que insisten estas imágenes e historias es en la presencia. Las personas que aparecen en estas fotografías no son estadísticas ni sombras. Son madres que protegen a sus hijos, hombres que trabajan a jornal, amigos que comparten comida, vecinos que se controlan unos a otros.
Mi lente es una forma de recordar y afirmar: Te veo. Estuvimos aquí.
El desplazamiento se describe a menudo sólo a través de la ausencia de vivienda, de recursos, de seguridad. Pero cuando miro por el visor, veo algo más: la persistencia de la vida.

Las fotografías muestran manos agrietadas que se atan los cordones de los zapatos antes de un largo día de trabajo, los brazos de una madre que abrocha a su hijo en un abrigo contra el viento, risas intercambiadas en el exterior de un refugio, el humo que sale de un cigarrillo compartido. No son pequeños detalles, son retratos de dignidad. Nos recuerdan que, incluso en la inestabilidad, las personas crean rutinas, se cuidan unas a otras e insisten en la alegría.
Al mismo tiempo, soy testigo de las redes de atención que mantienen unidas a las comunidades cuando los sistemas fallan. En el West Side, la supervivencia no es un acto individual, sino colectivo. Los trabajadores sociales distribuyen en furgonetas kits de higiene y material médico. Las iglesias abren sus puertas para acoger comidas u ofrecer un espacio seguro. Los centros comunitarios se transforman en centros donde los vecinos organizan colectas de alimentos, clínicas de asistencia jurídica y programas juveniles. Los refugios no sólo ofrecen camas, sino el reconocimiento de que las personas importan. Puede que estos actos no aparezcan en las noticias de la noche, pero son salvavidas.

He sido testigo de cómo la comunidad preparaba bocadillos y los repartía entre los necesitados. Estos gestos pueden parecer pequeños, pero se extienden y crean conexiones que desafían la lógica de la escasez. No son actos de caridad; son actos de solidaridad, arraigados en la creencia de que cuidamos de nosotros mismos. Documentar estos momentos es esencial porque no sólo revelan la lucha, sino también la resistencia. Nos recuerdan que allí donde las instituciones han abandonado, las personas crean sus propias formas de cuidado y pertenencia.

Con demasiada frecuencia, el West Side se reduce a estereotipos: estadísticas de delincuencia, índices de pobreza, titulares que despojan a los barrios de matices. Lo que pretendo captar en mis fotografías es la realidad más profunda de una comunidad que se niega a ser borrada. La resistencia adopta muchas formas: una reunión popular en la que bullen las voces, un mural que proclama el orgullo, una pancarta de protesta que declara que la vivienda es un derecho humano.
A veces la resistencia es más silenciosa: una mirada a la cámara que dice: estoy aquí, importo.


Este reportaje fotográfico, Estábamos aquíes mi forma de insistir en que se reconozca la presencia. Es el primer paso de una obra más amplia que documenta visualmente el desplazamiento, la resistencia y la atención en Chicago. Cada imagen pide al espectador que se detenga, que vea lo que a menudo se ignora y que reflexione sobre su propio papel en el tejido urbano. ¿Qué significa pertenecer? ¿Quién está excluido de ese derecho? ¿Cómo avanzar hacia un Chicago en el que la vivienda no sea un privilegio para algunos, sino una garantía para todos?
El sonido de "Puertas que se cierran" siempre perdurará en mí, pero su significado ha cambiado. Ya no significa sólo aislamiento o pérdida. Ahora, también señala la posibilidad de abrirse paso en otro espacio, de empezar de nuevo, de imaginar un futuro en el que todos tengan un lugar donde descansar. A través de la memoria, el retrato y el testimonio, estoy construyendo un registro que dice claramente: los desplazados no son invisibles. No son desechables. Forman parte de esta ciudad y no serán olvidados.
Estuvimos aquí.
Estamos aquí.
Y esto es sólo el principio.
La segunda parte continuará esta historia, volviendo la mirada hacia las redes de atención y comunidad que surgen ante el desplazamiento.